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miércoles, 18 de mayo de 2011

MI ROPA DE DOMINGO


Javier Bernal Aguedo

"¡Maldita sea!, ya es tarde, de seguro mi viejita está preocupada por mí y yo recién llego a la casa. Todo por culpa de esos tarados de mis "amigos" que no me dejaban ir". Seguía caminando y pensaba qué decirle a mamá cuando llegue a casa. El Sol ya estaba encimado en el cielo y yo recién llegando a mi hogar con el malestar de la resaca y con la peor pesadez que se pudiera sentir.


Me sentía raro, ya que a pesar de lo desastroso que lucía y mi caminar tambaleante, la poca gente que vi en el trayecto no me prestó atención. "Mejor para mí, luego no van a chismear tonteras en el barrio; bueno, y si lo hacen, igual no me importa”.


Ya casi al aproximarme a la puerta de mi hogar me acomodé la ropa; ahí me di cuenta de que estaba todo cochino, parecía indigente. "Con razón no me reconocieron mis vecinos", pensé. Traté de recordar dónde pasé la noche, pero por más que hice el esfuerzo en acordarme no pude.
Mi casaca estaba toda negra como si me hubiera revolcado en polvo de carbón y lo mismo noté en mi blue-jeans, mis zapatillas blancas ya no son más blancas, el matiz grisáceo las hacían parecer zapatos. "¡Qué desgracia! ¿Dónde me metí?", seguía pensando. "¡Qué vergüenza que me vean así!". En ese momento vi mis manos; estaban negras y melosas. "De seguro fue por el trago". Al acomodarme el cabello lo sentí duro, como si me hubieran echado algo pegajoso en la cabeza. "¡Carajo! ¡¿Qué me han echado estos mierdas?!”, pensaba muy furioso en lo que probablemente hicieron mis amigos por gastarme una broma; sin embargo, no me acordaba nada. Me acomodé como pude y continué mi camino; de pronto me encontraba ya apoyado en el umbral del portón de mi casa; al empujar la puerta de entrada, noté que estaba abierta. "¡Uy, qué suerte!, así no hago bulla". Rápidamente, me escabullí por el patio y fui a esconderme en mi habitación.


Con las pocas fuerzas que me quedaban, me saqué todo y escondí mis ropas por si mi madre entraba luego a mi cuarto. "¿Pero...Y ahora mi cabello y mis manos? ¿Cómo hago para lavármelas?; sino, voy a ensuciar toda la cama y peor mi mamá se va a enojar más".


Ahí noté que la casa estaba muy tranquila y sombría. "Seguro no hay nadie", pensé y me asomé a la ventana que miraba al patio. Como no vi a nadie, salí apresurado al baño y tomé la ducha más veloz que recuerdo haberme dado en mi vida. Salí del baño y llegué a mi pieza, cerré con llave y me puse a dormir.


De pronto se interrumpió mi sueño. -¡¿Por qué has sido tan inconsciente?! - Era mi madre frente a la puerta de mi habitación que gritaba y sollozaba a la vez. El temor a la reprimenda y un halo de cobardía hicieron que me quede callado; es más, traté de hacerme el dormido, pero… "Mejor pienso en qué pretexto darle a mamá".


-¡Siempre te dejé hacer lo que querías y ves cómo te has comportado! - Seguía diciendo parada frente a mi puerta, pero no entraba a mi cuarto.


-¿Era difícil decirle "no" a tus amigos? - dijo sus palabras como reprimiéndome y lamentándose.
-¿Acaso yo te crié mal para que me pagues así?- Sentí que se pegó a mi puerta y se puso a llorar.
Estaba por abrirle cuando en ese momento escuché -Ya mamá, ¡cálmate! Espera que pase tiempo. ¿No te das cuenta que te hace mal ponerte así?- Era mi hermano mayor.


-No hagas mala sangre. De nada sirve si es que mi hermano no aprendió la lección en su debido momento. Luego va a pasar- le dijo como queriendo calmarla.


"¡Pucha!" pensé. "Seguro que como no llegaba, mi mami fue a buscar a mi hermano para que me ubique por algún lugar del barrio, y ahora él también debe estar enojado, y él sí me va a sacar la mierda cuando me levante, ya conozco la forma cómo hace justicia y que respete las normas de la casa dictadas por mamá". Me entró temor, más por enfrentar mi irresponsabilidad que por encararlo. Sabía bien que había hecho mal.


Sentí más bulla en la casa, mis hermanos menores iban de un lado a otro; lo noté porque sus pasos iban y pasaban de sus dormitorios, junto al mío, hacia la sala. Escuchaba el sonido que hacían con las charolas, platos y tazas de la vitrina que adornaba la sala (como una estatua sempiterna); las estaban sacando y de seguro era porque algo iban a preparar. Todos hablaban en voz alta, empero uno a la vez. No escuché bien lo que decían; no obstante, algo de una reunión en el local social se trataba.


Como era domingo, pensé que había una fiesta religiosa, de las tantas que había en mi barrio, y a las cuales mi madre era infaltable; sin embargo, no sentía cohetes ni música de los "ccaperos". "Seguro es una fiesta pequeña o se trata de algún santo menor...Ya luego me acuerdo" y seguí tratando de dormitar, pues la resaca me destrozaba la cabeza; era un golpe de gong que retumbaba y maltrataba a la vez.


Luego escuché a mi hermano menor -¡Ma´! Ya subimos para el local. Ya está todo listo-. De mamá no oí responder nada, sólo balbuceaba en voz baja, lo único que escuché fue un sonoro suspiro y un murmullo que no comprendí. "Pobre mamá, sufre por mi culpa e insensatez"; pensé. "Bueno, tengo que pedirle disculpas y cambiar de actitud". Estaba verdaderamente arrepentido, me di vuelta en la cama y me cubrí con el edredón azul que me regaló papá cuando me dieron un dormitorio para mí solo. Quedé nuevamente dormido dejando que pase tiempo y la casa se mantuvo en silencio.


-¡Tan, tan, tan....!- Como nunca, escuché al reloj de campana de la sala que sonaba siempre a la hora del almuerzo. Desperté. Ya estaba casi repuesto, sólo un poco de pesadez dejado por la resaca tenía en el cuerpo.


"Bueno" dije "Tengo hambre y como todos están en el local social, voy para allá y seguramente hay un suculento almuerzo; de paso me acerco a mi viejita; le pido disculpas y como habrá full gente paso piola y el regaño no va a ser grande". Ya había planificado cómo hacer para que la reprimenda que me esperaba no sea tan fuerte.


Me levanté, me arreglé en el baño, regresé a mi pieza y me alisté. Vestido bien con la ropa de domingo, limpio y elegante, salí de mi casa con dirección hacia el salón social.


Al ir aproximándome al local, noté que entraba y salía bastante gente. "Bien, alístate para poner cara de arrepentido y de yo no fui" me decía.


Cuando llegué a la puerta no pude creer lo que vi. Era un velorio, el féretro estaba en el centro de la habitación de entrada; el cuadro era tétrico, y el salón a pesar que era de día estaba en penumbras; mi madre y mis hermanos estaban en un salón contiguo vestidos de negro.


"¡No puede ser! Seguro es mi abuelo. El viejo ya estaba en las últimas con su corazón, y más aún que yo no llegaba a la casa, de hecho que por la preocupación y el sobresalto le dio un infarto y se murió". Me sentí culpable “...Y lo peor de todo es que no estuve en la casa para ayudar a mamá en ese rato de desesperanza, o a fin de cuentas, para acompañar al viejo en sus últimos momentos. Soy de lo peor", me decía y agaché la cabeza, meditabundo y acongojado, moviéndola hacia ambos lados como no aceptando la culpa.


"El viejo siempre fue muy bueno conmigo y yo era su nieto preferido". Unas lágrimas se aproximaron a mis ojos mientras lo recordaba e ingresaba al salón.


Me acerqué lentamente a las exequias y a cada paso que daba sentía el remordimiento de descubrir ese rostro que ya nunca más iba a ver, o recordar esa voz que nunca más iba a oír y trataba de imaginar a mi abuelo en casa dándome un consejo o contándome una de sus anécdotas inmemorables. Me acercaba cada vez más y cuando estuve al lado del féretro un rayo helado atravesó todo mi cuerpo y me dejó paralizado. ¡No podía creerlo! Dentro de él estaba yo vestido con mi ropa de domingo.

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