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lunes, 20 de junio de 2011

Pishtacos en Lituma en los Andes de Mario Vargas Llosa






Por Rafael Anselmi Samanez






El tema de la violencia siempre ha resultado sugerente para la creación, ha sido una práctica cotidiana, una necesidad para explicar los sucesos o para inventarse estrategias de sobrevivencia. Cierto que los pishtacos no son el único referente violento que puebla el mundo andino (existen otros como el supay), pero son, sin duda recurrentes.

Una primera aproximación que nos informa de los términos básicos y también de algunas variaciones es la de Juan Antonio Manya en su artículo “Temible Ñakaq?” aparecido en la revista Allapanchis:

Por las andanzas en los centros de cultura, como también en la vida de las comunidades campesinas, se ha podido captar la existencia del Ñak’aq, misterioso, temible y sanguinario, cruel y hasta sádico, que vive en los lugares estratégicos y peligrosos, así como en los socavones, en peñas, chozas apartadas, etc., (…) Este discutido personaje es muy conocido en el Cuzco y Puno donde lleva el nombre de Ñak’aq o Pistaco. (1969: 135)

El ñakaq, ñak’aq o pishtaco es visto o entendido como un personaje contra quien las autoridades “no tendrían fuerza para hacerle comparecer, porque tiene permiso oculto del gobierno” (1969: 136) y vendría desde las épocas del incanato donde se “señalaba al hombre más fornido y valiente para hacer cumplir al sentenciado o infractor el peso de la Ley del Dios-Inti, y se conocía con el nombre de Ñak’aq” (1969: 136).

Interesante también resulta la explicación que, sobre este personaje, nos entrega Juvenal Casaverde Rojas:

Nak’aq o Degollador:
Llaman así a los hombres que consiguen una licencia del convento de Santo Domingo del Cuzco, para sacra grasa humana y vender al mismo Convento. El otorgamiento de las licencias es limitado, si así no fuera, los nak’aq exterminarían, en muy poco tiempo a todos los hombres. Se dice que la grasa humana es muy valiosa entre otras cosas como medicina. Los degolladores utilizan una técnica especial que acompañada de una oración, hace posible la extracción de la grasa de las víctimas que fallecen a los pocos días. (…) Por estos y otros, surge la hipótesis de que los pobladores identifican a los degolladores con los padres de las Ordenes Franciscana Y Dominicana, tal vez por los diferentes desmanes que cometieron durante el Virreynato y la Colonia, en agravio de los pobladores, especialmente de los pueblos más apartados, lugares donde más se les recuerda. (1970: 181-182)

Parece entonces quedar claro que, la relación entre estos seres y el poder, ya sea estatal o eclesiástico, es muy importante. En unos casos son autorizados por el gobierno y en otros por la Iglesia. Pero ¿cuál es su papel? ¿Son castigadores que cumplieron, desde la época incaica un papel luego retomado por el gobierno, o protegidos de la Iglesia? En todo caso, la imagen que hoy se tiene de ellos y que, en buena medida se ha mantenido en el tiempo con pocas variaciones, es la de seres con poderes sobrenaturales que extraen la grasa para venderla al enemigo de turno: Iglesia, Gobierno, Chile, Estados Unidos. Siempre entonces está la imagen del poblador indígena explotado por quienes, al menos en los casos del Gobierno y la Iglesia, debían protegerlo.

Como es bien sabido, la trama de la novela de Vargas Llosa se sitúa en Naccos, un pueblo andino azotado por una forma de violencia iniciada en los años 80, pero entretejida con esta aparecen, como una posible búsqueda de las raíces de la violencia, al menos así ha sido leída por muchos críticos esta obra, los temas de viejos mitos andinos, sobre todo el de los pishtacos. Figuras centrales en esta parte del relato serán la pareja formada por Dionisio y Adriana, seres extraños y ajenos a la comunidad, que dominan por el miedo o la superstición a los miembros de un campamento minero que, en medio de la violencia desatada por Sendero Luminoso y por las fuerzas del Estado, instauran otro espacio de miedo, el de los sacrificios humanos. Tema éste, el de los sacrificios humanos, que también ha sido criticado como una imagen de brutalidad que pretende presentar Vargas Llosa con el fin, consiente o no, de destacar el primitivismo de los habitantes del Ande peruano, olvidando que esta idea sigue viva hoy en el mundo andino y que, en todo caso, lo que Vargas Llosa hace en su novela es trabajar un verosímil cultural (“(...)gama de estereotipos culturales o conocimiento aceptado que una obra puede usar pero que no gozan de la misma posición privilegiada que los elementos del primer tipo, en el sentido de que la propia cultura los reconoce como generalizaciones.” (Culler 1978: 202). Muestra de ello, de que esta idea existe, es uno de los relatos sobre pishtacos o nakaqs que aparecen el libro PISHTACOS de verdugos a sacaojos de Juan Ansión donde podemos leer:

(…) cuando yo tenía 12 años, cerca al pueblo de mi abuelita estaban haciendo un puente bien grande y a los trabajadores de ese puente cuando se descuidaban les empujaban debajo del puente, ahí donde metían las mezclas de cemento.
- ¿Y eso por qué lo harían?
- Para que ese pueblo no tenga desgracias y para que el puente dure muchos años, o sea ellos creían que así el puente iba a durar mucho tiempo (…) (recogido por Dionisio B. Miranda, en Ayacucho, 6-12-81; la informante tenía 22 años. (1989: 79)

No es un pues un invento de Mario Vargas Llosa la historia de los sacrificios en la época moderna, si puede ser el uso de una idea que sigue flotando en imaginario de la gente en pro del desarrollo de un texto de ficción. No tendría que verse entonces una idea desacreditar a la cultura andina en esos pasajes, sino la lograda –a nuestro entender—construcción de un verosímil de carácter cultural, que hace que las piezas de esta novela, en cierta medida de corte policial, encajen.

Un papel muy importante en esta trama parece el que juega Dionisio, personaje casi repugnante en la descripción de Lituma, pero, además personaje venido de la costa o, en todo caso que viajaba constantemente a la costa en busca de pisco para su cantina. Encontramos pues en él una característica fundamental para la idea, al menos moderna, del pishtaco, un hombre de fuera que explota a la comunidad y que, en este caso, junto con su mujer, quien ayudó a dar muerte a un pishtaco, llevaron a los mineros a sacrificara a varios pobladores.

¿Es esta historia de pishtacos una forma de explicar este mundo puesto de cabeza con la llegada de los conquistadores? ¿El narrador de la novela encuentra en esta desigualdad las raíces de la violencia, de una violencia expresada en buena parte en los pishtacos? ¿Está en condiciones el personaje de Lituma, un policía que confiesa en más de un pasaje de la novela no entender o desconocer los mitos andinos, de expresar una opinión final sobre los orígenes de la violencia? Pero Lituma parece intuir algo, algo que no logra comprender del todo, y es el expresar su sorpresa por las noticias de pishtacos en tu natal Piura, en esa costa que él considera conoce y entiende, en esa costa, si se quiere, moderna frente al atrasado mundo andino, al menos, desde su perspectiva.

Los pishtacos más allá de los Andes

Esa sorpresa de Lituma parece importante no para hacer un diagnóstico definitivo sobre los orígenes de la violencia, no es la pretensión de este trabajo, sino para tratar de comprender la lógica del personaje. Y es que acaso como la violencia de los años 80 en adelante, las historias de pishtacos fueron descendiendo a la costa e igualando, en cierta medida, a la cultura peruana, aunque fuera una cultura de violencia.

Gastón Antonio Zapata en su artículo “Sobre ojos y pishtacos” parece darnos una entrada interesante a este tema:

El 30 de noviembre aparecieron los pishtacos en Villa El Salvador. Desde tempranas horas el rumor comenzó a extenderse, venía de otros barrios populares de Lima, pero aquí iba a explotar. A media mañana todo el pueblo estaba conmocionado. Se decía que unos gringos habían entrado en el colegio, armados con metralletas, raptando a unos niños para sacarles los ojos y venderos posteriormente en el extranjero. (…) Los niños lloraban sin comprender del todo pero muy asustados. Los mayores, mientras tanto, oscilaban entre el susto y la violencia.

Esta pues es la imagen que sorprende a Lituma, no a Vargas Llosa necesariamente, la violencia se ha trasladado a la costa; en la novela a Piura, en la realidad real a Lima. Son los pishtacos la imagen del que despoja de la fuerza o la vitalidad por medio de la grasa o los saca-ojos, en su versión moderna, los que despojan a la gente de ¿su “futuro”? ¿De la posibilidad de vislumbrar un futuro? Y en medio de ellos la imagen del extranjero, del extraño, de ese Dionisio que no se sabe de dónde llegó pero que comercia con la costa, o de estos gringos. Siempre ajeno, siempre de fuera, ver o volver los ojos o la conciencia para descubrir la violencia es uno mismo, en la propia cultura e historia suele ser difícil, siempre será mejor apuntar a lo extraño, a lo ajeno.

Los orígenes de la violencia

Muchas formas existen, nos parece sinceramente, de entender o intentar abordar el tema de la violencia. Vargas Llosa, en la novela que trabajamos, parece buscarla o trabajarla en ciertos orígenes míticos, pero no pensamos que la limite a ellos, la violencia explota en momentos y lugares porque las condiciones se dan o se construyen, o se han construido por siglos. Como lo afirman Juan Ansión y Eudosio Sifuentes: “La violencia en el Perú tiene raíces históricas profundas, que se remontan a la Conquista española, y aun a tiempos más lejanos en la sociedad andina prehispánica y, desde luego también en la sociedad española.” (1989: 61) o como lo explica o siguiere, con formación y experiencia distinta Hubert Lanssiers:

Contaban los griegos que Cadmos, fundador de Tebas, mató a un dragón y enterró sus dientes en el campo. De inmediato la tierra se cuarteó y, en lugar de espigas, asomaron cascos de bronce, puntas de lanza y, finalmente, hombres armados: todo un ejército fantasmal programado para matar.
Me pregunto si no estamos, nosotros, sembrando los dientes del dragón sin darnos cuenta de que terminaremos siendo triturados por ellos. (1998: 174)

Existen, al parecer muchos lugares donde rastrear los orígenes de la violencia que sacude al país desde tiempos acaso inmemoriales, no solo la de las décadas pasadas que no necesariamente ha desaparecido, acaso solo se haya transformado. Sin embargo, buscarla en la posible interpretación de textos literarios o, mejor dicho, buscar en esos textos que descubrir la ideología inconsciente de sus autores y asumirlo como una verdad indiscutible parece muy arriesgado. Olvidar que un autor juega con las ideas de lo verosímil para crear un producto creíble y descuidar en favor de la confirmación de una imagen, en muchos casos preconcebida, las vivencias cotidianas y aún presentes de las comunidades que se pretende entender, el mundo andino y los sacrificios humanos por ejemplo, e inducir a la idea de que esas son invenciones de alguien para desacreditar una cultura parece también un riesgo muy grande. Acaso sería mejor abordar el texto de la manera más objetiva posible (hasta donde la objetividad puede ser entendida) y aprovecharlo de manera amplia, en lo estético y, si da para ello, también en lo ético.

Se afirma que Freud dijo alguna vez: "A veces un puro es solamente un puro." Sería interesante pensar tal vez que, a veces un pishtaco es solamente un pishtaco o una novela solamente una novela.

Por lo tanto, nos parece que el trabajo de temas como los pishtacos o los sacrificios humanos en la novela de Mario Vargas Llosa pueden ser un punto de partida interesante para discutir sobre el tema de la violencia en la sociedad peruana, pero nos parece también exagerado abordarlo solo en favor de una supuesta comprensión de la ideología de su autor y olvidar o descuidar los principios del texto ficcional.


Bibliografía

1. Ansión, Juan y Eudoxio Sifuentes. 1989. En: Juan Ansión. Editor. PISHTACOS de verdugos a sacaojos, Lima, Tarea
2. Arrollo Reyes, Carlos. 1980. “Mario Vargas Llosa y la novela peruana de la guerra interna”. En: Cox, Mark R. comp. Pachaticray (El mundo al revés). Lima, Editorial San Marcos
3. Barthes, Roland. 1980. S/Z. Madrid, Siglo veintiuno editores
4. Casaverde Rojas, Juvenal. 1970. “El mundo sobrenatural de una comunidad” En Alpanchis, Vol. II, Cuzco
5. Culler, Jonathan. 1978. La poética estructuralista. Barcelona, Editorial Anagrama
6. Chatman, Seymore. 1990. Historia y discurso. Madrid, Taurus Humanidades
7. Eco, Umberto. 1993. Lector in fábula. Barcelona, Editorial Lumen
8. García Calderón, Ventura. 1986. Obras escogidas. Lima, Edubanco
9. Kristal, Efraín.1980. “La violencia política en la narrativa peruana 1848-1998”. En: Cox, Mark R. comp. Pachaticray (El mundo al revés). Lima, Editorial San Marcos
10. Lanssiers, Hubert. 1998. Los dientes del dragón. Lima, Petróleos del Perú S.A.
11. Manya, Juan Antonio. 1969. “Temible Ñaqaq” En Alpanchis, Vol. I, Cuzco
12. Vargas Llosa, Mario. 1993. Lituma en los Andes. Bogotá. Planeta
13. Zapata, Gastón Antonio. 1989. “Saca ojos y pishtacos”. En: Juan Ansión. Editor. PISHTACOS de verdugos a sacaojos, Lima, Tarea

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