La vocación literaria nace del desacuerdo de un hombre con el mundo, de la intuición de deficiencias, vacíos y escorias a su alrededor. La literatura es una forma de insurrección permanente y ella no admite las camisas de fuerza. Todas las tentativas destinadas a doblegar su naturaleza airada, díscola, fracasarán. La literatura puede morir pero no será nunca conformista.
Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936)
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Por José Luis Rodríguez Eguizábal
jlre30@hotmail.com
La literatura ha convertido para Mario Vargas Llosa, a través del tiempo, en su máxima obsesión y, ahora, en su más grande logro y realización. Sin embargo, la literatura nunca dejó de ser para él un problema.La obtención del Premio Nobel de Literatura podemos verla como una respuesta positiva a su terca ubicación como partidario, creyente, feligrés, enamorado y, finalmente, creador de literatura desde su propia visión.
Giovanna Pollarolo propone ideas muy bien sustentadas en torno a la novela Travesuras de la niña mala, en la que descubre una alegoría vargasllosiana de la vocación literaria. Esta representación simbólica no es una novedad. Desde la antigüedad, la poesía como creación literaria ha sido, a su vez, alegorizada, simbolizada, re-presentada. Otro peruano famoso la llamó la niña de la lámpara azul –José María Eguren–. Pero que no sea una novedad no significa que Vargas haya caído en el lugar común de repetir la simbolización. El mayor acierto de Vargas Llosa, según Pollarolo (75), está en que ha escrito una novela que es ella toda una metáfora de la vocación literaria, cuyo contenido revela una intencionalidad temática desde el comienzo hasta el final: la niña mala es la literatura. Escribe Pollarolo: «Vargas Llosa lleva consciente y deliberadamente la entrega amorosa a extremos casi inverosímiles porque a través de esta historia está hablando de la vocación en términos del amor a una mujer que al igual que mata, da vida: habla de esa clase de amor que es fuente de las más intensas alegrías tanto como de los más dolorosos sufrimientos».
A la figura de la niña mala, Vargas opone la del niño bueno. ¿A quién representa esta imagen? ¿Cómo logra que esta aparente oposición se mantenga como constante a lo largo de todo el texto novelístico? El niño bueno es el autor literario. Y la relación entre niño y niña, constantemente crítica, difícil, contradictoria, problemática es, en verdad, una interrelación en la que ambos contribuyen porque ambos se necesitan: el autor necesita a su obra, la obra no es nada y ni siquiera existe sino por su autor.
En realidad, Vargas Llosa replantea un continuo dilema. Su novela Travesuras de la niña mala es sólo un pretexto para definir los límites y la naturaleza de la literatura en tanto acción, actividad y producto que se ha dado y se da en la sociedad y para definir el tipo humano que se dedica a producirla, al autor literario. Aquí él mismo se autoanaliza y justifica su vocación literaria, su amor por la niña mala.
A pesar de todo, Vargas maneja el tema de la vocación literaria de manera obsesiva. Las travesuras… se convierte sólo en una muestra de la amplia lista en que se ocupa de aquella: La ciudad y los perros, a través de las cartas de Alberto ‘El Poeta’; La tía Julia y el escribidor, en la figura del prolífico autor de radioteatros Pedro Camacho; y en Elogio de la madrastra y Los cuadernos de don Rigoberto, mediante las reflexiones sobre el arte y la cultura. El tema de la vocación literaria entendida como una entrega total está presente en buena parte de las novelas de nuestro laureado escritor. Pero lo está igualmente en su producción ensayística y crítica. Pollarolo nos lo recuerda a propósito la sustentación de las ideas vargasllosianas en La orgía perpetua, Historia de un deicidio, La tentación de lo imposible y Cartas a un joven novelista.
Por nuestra parte, debemos anotar que en La utopía arcaica(1997), ensayo dedicado a crítica del indigenismo peruano a través de la obra de José María Arguedas, Vargas Llosa aborda el tema de la vocación literaria sosteniendo la idea que el escritor que coloca su obra al servicio de alguna ideología perjudica inevitablemente su autonomía como creador. De esta manera, sostiene que algunas de las obras de José María Arguedas ven mermada su calidad literaria porque procuran emular un retrato sociológico de realidad andina, elemento que restaría la autenticidad artística de la literatura y el poder de la ficción en los productos culturales.
Como afirman los psicoanalistas, Vargas Llosa parece situarse en la defensa de su tesis referente a la literatura como vocación a la que no puede renunciar, marcado como estaba desde los inicios de su producción por oposiciones de la familia y del mundo mismo que no da al escritor la posibilidad de vivir de la literatura (José Miguel Oviedo nos recuerda que Vargas Llosa comenzó como periodista), ideas contra las cuales organiza su mundo interior y el mundo que le rodea a través de la creación novelística de manera decidida, terca y obsesiva.
Pollarolo señala que Vargas Llosa se entrega a la literatura como el personaje de Las travesuras,Ricardo Somocurcio, quien se esclaviza a la niña mala –Lily– de tal modo que la relación con ella se materializa en «una sumisión, relación de siervo a su dama, entrega a la niña mala»a pesar de que ella obra con traiciones y malos pagos. Su fidelidad —la del niño bueno— ante una traidora se debería a que la tal niña mala opera «como el motor que lo impulsa, no importa que haya actuado como un amor que perturba, que lo enajena, lo vuelve insatisfecho, le causa enormes dolores y sufrimientos, incluso lo enferma y empobrece. No importa todo eso. Su vida, gracias a la niña mala, gracias a ese amor perturbador, ha sido intensa, ha escapado de la mediocridad. La vida del niño bueno adquiere sentido gracias a la presencia de la niña mala. De no ser por ella, su existencia se hubiera limitado a las cuatro paredes de un departamento, aun cuando estuviera en París». Por eso apunto que la pertinacia de hacer literatura en Vargas Llosa es una obsesión cuyo origen forma parte de su propia estructura personal. Y que las imágenes creadas en las novelas y en la ensayística que culminan en Las travesuras de la niña mala constituyen un logro metafórico del empecinamiento de un autor literario, no obstante las veleidades de un arte tan humano aunque difícil de cultivar.
Buen texto, José Luis. Ahora ¿podrías explicarnos la visión de los psicoanalistas que mencionas?
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